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martes, 6 de enero de 2009

LLENOS DEL ESPÍRITU SANTO PARA PROCLAMAR EL EVANGELIO DE CRISTO.


Hechos 2: 14-42

¿Qué quiere decir esto? Era la pregunta.

Era un día similar al anterior y posiblemente sin mucho que aportar de diferencia para el próximo. Un grupo de personas reunidas esperaban impacientes algo especial, alguna señal, alguna indicación de que sus expectativas serían realizadas. De pronto, un tremendo estruendo, el viento arreció y sopló fuerte llenando la casa donde estaban y comenzó a ocurrir algo extraordinario, las personas hablaban de forma extraña y sin embargo, se comprendían unos a otros, había confusión, de pronto se juntó gran cantidad de personas, de Mesopotamia, de Frigia, de Panfilia y de otros lugares, estaban atónitos, maravillados, perplejos, la gran pregunta entre todos era la misma: ¿Qué quiere decir esto?
Algunos comenzaron a burlarse, fue entonces que Pedro se paró, esta vez, sin titubear, sin dudas, y comenzó a disertar haciendo de la escena más insólita y maravillosa. A partir de ese día la humanidad nunca sería la misma.

Es interesante notar que el evento que precede al discurso del apóstol Pedro es el advenimiento del Espíritu Santo. Es importante recordar que las manifestaciones fueron tan extraordinarias que la gente alrededor llegó a pensar que había algún nivel de embriaguez entre los creyentes reunidos.
Pedro se levanta para aclarar que no es embriaguez ocasionada por el abuso de bebidas estupefacientes, sino más bien advierte que el pueblo reunido se encuentra lleno por la presencia del Espíritu Santo. Hasta este punto cualquier intérprete del texto bíblico influido por la corriente carismática se sentiría, en definitiva, cómodo con esta lectura.

Vale la pena, sin embargo, subrayar algunos aspectos sobresalientes en el análisis de este texto.

Primeramente, debemos reconocer que solo tenemos dos alternativas frente al discurso del apóstol Pedro; inicialmente,la posibilidad de que el discurso salga desde la profundidad del corazón de un apóstol que ha convivido de primera mano con Jesús y que impactado por su ascensión y el proceso de desprendimiento obligado, da rienda suelta a su sentir a través del presente discurso, por otro lado, la posibilidad de que este discurso sea expresión de la llenura del Espíritu Santo, que vierte sus manifestaciones no solo a través de los dones sobrenaturales como las lenguas de fuego repartidas, sino en la retórica misma del apóstol.
Dicho de otro modo, el hecho mismo de la predicación de Pedro se convertía en un absoluto milagro, entre otras cosas, por su capacidad de síntesis para resumir verdades de enorme profundidad teológica en una claridad expositiva al modelo del mejor comunicador de nuestros tiempos.
Sencillamente el hecho de que Pedro predicada al modo en que lo hizo en su primera intervención pública ya era, de por si, un milagro.

Como segundo punto, la estructura del discurso del apóstol Pedro se vuelve significativa: Comienza haciendo referencia a la experiencia de los dones manifestados a través del advenimiento del Espíritu Santo, pero de inmediato, busca un asidero escritural y apela a un texto profético de Joel 2: 28-32.
Luego, sitúa la centralidad del mensaje en la personalidad de Jesucristo, su vida, su ministerio, sus enseñanzas, su pasión, su muerte, su resurrección y su ascensión. Vuelve a citar un texto, en este caso el salmo 16: 8-11 del rey David, y luego, en esa línea, el apóstol se enfila hacia provocar una profunda reflexión en su audiencia, al parecer, con especial interés en los judíos presentes a quienes exhorta a reconocer el Señorío de Cristo, señalando su responsabilidad en la crucifixión y los padecimiento de Jesús y les anima a optar con seriedad por el Reino de Dios representado en el Señorío de Jesucristo.

La frase con que cierra Pedro su discurso es enfática: este mismo Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo.

Un tercer criterio para el análisis serían los resultados de la predicación. Los oyentes se compungieron de corazón, reaccionaron al mensaje, recibieron la palabra, incluso se bautizaron y se añadieron ese día como tres mil personas. No olvidar que era el primer discurso evangelístico del apóstol Pedro y aún de la iglesia cristiana naciente.

Me permito reflexionar sobre algunos aspectos derivados de este texto. Por ejemplo, reconociendo que este mensaje nace de la inspiración del Espíritu Santo y que complementa la actividad ministerial en el corazón del apóstol Pedro, podemos afirmar que existe a partir de él, un modelo de proclamación que tendría algunas características, por ejemplo, no existe tal dicotomía o divorcio entre una idea y otra o entre la obra del Espíritu y la proclamación de Jesús.
No son aspectos diferentes y menos separados como a veces damos a entender las iglesias, enfatizando una por sobre la otra. Mientras algunas iglesias insistimos en dar prioridad a uno por sobre otros aspectos, el discurso del apóstol Pedro nos sitúa con increíble claridad en la integralidad del evangelio; es decir, con la llenura del Espíritu y animados por la grandeza de sus obras, Dios llama nuestras atención para reconocer el centro de la actividad salvadora que sigue siendo la
persona de Jesucristo.
Los resultados también son evidentes, no solo en la sobrenaturalidad de los manifestaciones, sino además en la disposición de los que reciben al palabra, para reconocer la verdad recibida y para abrirse a la transformación.
En ese sentido, los que se añadieron fueron una cantidad significativa pero más que eso el texto cierra diciendo como estos perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones.

La iglesia del Señor sigue siendo retada a vivir esta experiencia. No hablo en aspectos sobrenaturales como las lenguas de fuego repartidas, que pueden o no aparecer, no estoy seguro de que manera Dios decida llamar nuestra atención; más bien entiendo que los más significativo sigue siendo y debe ser la centralidad del mensaje en el ministerio, la vida, la pasión, la muerte, la resurrección, la ascensión y el nuevo día del Señor que fue proclamado por la iglesia; ese día del Señor esperado y anhelado por el antiguo testamento ahora se cumplirá en la segunda venida de nuestro Señor y Salvador Jesucristo, frente a lo cual somos exhortado a tomar postura ya que no podemos ser indiferentes, debemos tomar decisión y anunciarlo a toda la humanidad.

Pedro lo hizo en el poder del Espíritu Santo, el pueblo del Señor solo necesita dejarse usar por ese mismo Espíritu para anunciar la buena noticia del evangelio de Jesucristo.

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